Pandemia, libertad y seguridad

20.04.2020

Publicado en diario Clarín, edición digital: 20.abr.2020

Cada vez que la humanidad enfrenta amenazas relevantes, el debate clásico sobre la libertad y la seguridad gana actualidad.

Más allá de los estragos cotidianos que provoca, la expansión mundial del COVID-19 abrió una intensa polémica sobre cómo pensar el mundo de la pospandemia. Notables filósofos y ensayistas debaten hoy si la crisis global cambiará o no la manera en que hemos concebido hasta ahora la política, la economía y la sociedad.

En un reciente artículo, el historiador Yuval Harari sostuvo que la crisis obligó a los gobiernos a tener que optar entre una vigilancia totalitaria o un empoderamiento ciudadano. Con otras palabras, la idea que introduce Harari es la dialéctica libertad - seguridad.

Ante una amenaza (la pandemia u otra de similar gravedad) los ciudadanos demandan de sus gobiernos condiciones de vida altamente seguras. A cambio, están dispuestos a resignar libertades vitales: por ejemplo, a circular libremente, a atender sus actividades habituales o a preservar su intimidad. Sin embargo, los recortes excepcionales a la libertad no se sostienen en el tiempo sin chocar con ese nuevo formato de seguridad que, bien pronto, se vuelve agobiante.

Ante una gran amenaza (y la pandemia lo es), los gobiernos usan del análisis estratégico para tomar sus decisiones. La estrategia asume que las amenazas y los conflictos solo se resuelven mediante un trade off: un problema actual logra superarse mediante otro, siempre que éste implique menores costos o una mejor gestión.

Frente a la pandemia, las decisiones adoptadas por los gobiernos se agrupan en dos tipos: (i) las que sacrifican libertades a cambio de resguardar la seguridad y (ii) las que resguardan la libertad, aun a costa de crear un entorno altamente inseguro.

Esta dialéctica se hace más evidente cuando se la traduce en clave económica. Para lograr una mayor seguridad, ciertos gobiernos decidieron "apagar" sus economías y ralentizar los contagios, mientras que otros permitieron que la economía siguiera funcionando, en desmedro de vidas que, de todos modos, calculaban que se perderían. Ninguna opción es, en sí misma, irracional, sino que cada cual obedece a una racionalidad diferente. El mundo de la pospandemia nos dirá cuál de ellas fue la opción acertada.

No obstante, existen noticias alentadoras: pese al aumento en el número de contagios y de víctimas, la humanidad logrará superar esta pandemia, como ya hizo con otras. También, en algún momento, se hallará la vacuna que detenga el ciclo viral.

El dilema se reduce, entonces, a ponderar qué parte de nuestra libertad individual estamos dispuestos a ceder a cambio de que una entidad (Estado nación, organismo internacional, tercer sector, etc.) nos garantice seguridad frente a ciertas amenazas que, por desgracia, serán recurrentes.

¿Qué sucedería si el "estado de excepción" en el que hoy vivimos fuera cotidiano? ¿Aceptarían las sociedades "democráticas una forma de tutela que deviniera permanente?

El cine hizo de las distopías un recurso argumental exitoso. Una distopía narra la vida cotidiana en sociedades ficticias (pero a la vez indeseables) en las que sus ciudadanos, ante ciertas amenazas, renunciaron en el pasado a ciertas libertades a cambio de obtener una seguridad que terminó oprimiéndolos.

En estos días, esta clase de ficciones parece más factible que lo que alguna vez imaginamos.

Hoy ciertos intelectuales apuestan a arriesgar algunas precarias ideas, para no tener que discutir en un futuro cómo salir de una desafortunada distopía.