"Farrapo" (Novela)
Extracto
¿Cuántas veces puede un hombre ser capaz de recordar, intacta, una misma historia? ¿Dos, tres; diez veces, tal vez?
Luego de eso viene la nada. Esa historia que podíamos recordar de una manera prístina se irá, con el tiempo, desgajando hasta perderse un día impreciso en esa niebla formada por todos nuestros olvidos, que alguna vez fueron recuerdos.
Estoy viejo y cansado, y hace tiempo que la vista me juega sus malas pasadas. Entre los libros y papeles que fui arrumbando durante años sobre los estantes de mi biblioteca, encontré una carpeta atiborrada de apuntes. Me he propuesto volver a leerlos, pero no logro recordar con exactitud cuándo pude haberlos escrito. ¿Fue hace treinta años?¿Un poco más, acaso? Leo las primeras líneas: ni siquiera parecen ser apuntes míos; o -¿quién dice?-, acaso no lo fueran.
En esos papeles olvidados he registrado nombres que resuenan en mi cabeza pero que ya no significan nada para mí. Nombres que refieren a lugares y personas que apenas conozco: el de un viejo mulato y el de un inaprensible coronel de caballería; el de un muchacho muerto en una absurda guerra, o el de esa joven de ojos claros y profundos a quien amé (creo haberlo hecho) una tarde violenta de mayo, hace casi medio siglo. Hoy, que vuelvo a leerlos, ninguno de esos nombres me resulta propio.
Entre todas estas páginas garabateadas con historias ajenas, deambula también la mía. No parecen, repito, papeles que me pertenezcan, pero aún así tengo la extraña certeza de que yo mismo escribí cada uno de los párrafos que vuelvo a leer, treinta años después, (o más, tal vez) con la vista cansada y el cuerpo descangayado.
Desde la calle proviene un rugido incesante que me horada el cerebro hasta convertirlo en un amasijo de humores e imágenes confusas. Es un rugido intenso, pertinaz, de esos que no dan tregua. Me acerco hasta la ventana y levanto mi vista hacia el cielo. Un racimo de aviones Gloster Meteor viene desde el río y sobrevuela el centro de la ciudad a la velocidad de la sudestada. Son las turbinas de aquellas maquinas letales las que exhalan ese rugido mientras que, en las calles, millares de hombres y mujeres agolpados como hormigas viven, sin mayores preocupaciones, sus módicas vidas. Algunos van hacia sus trabajos, otros conversan en las esquinas; algunos pocos miran, como yo, hacia el cielo tratando de precisar la exacta procedencia del rugido.
El racimo de sudestada comienza a vomitar otros racimos más pequeños que caen desde las alturas hasta estrellarse contra el pavimento; contra todos esos hombres y mujeres que hace instantes apenas vivían una existencia despreocupada. Las explosiones se confunden ahora, en un solo sonido, con el griterío y ese rugido infernal afincado en mi cerebro. Desde el corazón de los cráteres que se van abriendo sobre el pavimento emergen unas gruesas volutas de humo renegrido. Es un humo viscoso que tajea los pulmones de quien lo aspira y que se eleva hasta envolver mi débil mirada tras el cristal de mi ventana que amenaza con astillarse.
Estoy viejo y cansado, decía. Mi mujer ha muerto hace algunos años, y mis hijos rara vez vienen a verme. Hace mucho tiempo que no salgo fuera de estas cuatro paredes y la única visita habitual que tengo es la de una agriada mujer que viene, dos veces por semana, a poner algo de orden en esta sala cochambrosa plagada de pulgas, libros y recuerdos borrosos.
Vuelvo a abrir la carpeta de apuntes amarillentos que alguna vez escribí con letra menuda y apretada, y a preguntarme: ¿Cuántas veces más seré capaz de recordar esta historia?
Miro el almanaque que he colgado en la pared de la cocina. Hoy es jueves.
Jueves 16 de junio de 1955.
("Farrapo", 2014, Textos Intrusos, ISBN 978-987-1960-23-1