Entrar en la historia, sin pedir permiso
Siempre admiré al peronismo por la variedad y la calidad de sus enemigos. Eso fue y es lo mejor que tiene: eso le da fuerza, cohesión, mística y trascendencia.
Cuando un movimiento o un partido político no tiene en claro cuáles son sus enemigos, o los ha perdido de vista, tengan por seguro que ese movimiento o partido es insignificante y ya no le importa a nadie. No hablo de la capacidad de conseguir votos -hoy en día las elecciones las puede ganar cualquiera: sucesos más o menos recientes así lo demuestran- sino de un constituirse como una referencia sólida ante la historia.
El peronismo, decía, tuvo muchos enemigos y aun hoy los sigue teniendo. Cambian de nombres y modales, pero son los mismos. Aunque vengan por derecha o por izquierda, sus enemigos no le perdonan al peronismo ser un intruso. Convengamos que algo de razón tienen, porque un día de octubre, hace75 años, el peronismo llegó para mearles el asado y reclamar su lugar en la historia.
La izquierda gorila no le perdonó jamás haber conquistado el alma, el cerebro y la voluntad organizada de los trabajadores. Hablo de esa izquierda demasiado apegada a teorías y debates ajenos que, ante una realidad nacional enteramente nueva, comprendió mal y obró peor.
También hablo de la derecha conservadora pero que se dice liberal mientras nadie toque sus privilegios ni su propiedad privada, sobre todas las cosas. Esa derecha -que aún persiste en muchas cabezas, de ricos y aún de pobres- no le perdonó a Perón ni a Eva haber "soliviantado a los negros". Cuenta la historia que un importante político y empresario de la década del 40 dijo públicamente: "Lo que yo nunca le voy a perdonar a Perón es que durante su gobierno, y luego también, 'el negrito' que venía a discutir su salario se atrevía a mirarnos a los ojos: ¡ya no pedía, discutía!".
El hombre que dijo esto se llamaba Robustiano Patrón Costas y de no haber irrumpido el peronismo en la historia posiblemente hubiese sido presidente de la República. La masa de "negritos" -que antes pedía y que ahora le discutía de igual a igual- se lo llevó puesto hasta de la memoria. Sin embargo, como decía, los mismos prejuicios persisten incluso en aquellas clases que le deben al peronismo mucho más de lo que están dispuestos a admitir.
Ante el peronismo nadie puede permanecer indiferente: exalta algunas virtudes, desnuda muchas miserias, saca lo mejor y lo peor de cada uno. El peronismo interpela los rincones más inexpugnables del alma, allí donde la razón no llega porque ¿de qué otro modo entender su larga proscripción, las persecuciones sufridas, sus desaparecidos y su capacidad infinita de sobrevivir y reinventarse? No hay nada razonable en todo esto. Solo tripa y corazón.
Para el antiperonismo, esa marea plebeya, esa Argentina morena y subterránea que hace 75 años emergió a la superficie sin pedir permiso, es una eterna pesadilla de la que no logran despertar. Los gorilas, vengan por derecha o por izquierda, no logran percatarse siquiera que las opiniones que suelen balbucear ni siquiera les pertenecen: carecen de luz propia y son, apenas, el reflejo difuso de otras luces.
Lo mejor del peronismo, decía, son sus enemigos; esos que fueron y que irá enfrentando en su larga marcha: estas luchas lo fortalecen, lo mantienen vigente, lo hacen más inteligente y lo vuelven eternamente necesario.
El peronismo es un fenómeno político singular y es, por esto mismo, inclasificable. Es tan inclasificable que cualquier categoría de la sociología o la ciencia política resulta insuficiente para explicarlo.
El peronismo es único, inexplicable y argentino, como Dios. Y si no existiera el peronismo, habría que inventarlo. Como a Dios.
Publicado en: Casabella, H. y Hardmeier, J. (compiladores). (2020). Las patas en la fuente. Relatos y poemas sobre el peronismo. Buenos Aires: eneljardíndelacasaderoman